Había lobos grandes y lobos pequeños. Lobos dormidos y lobos despiertos. Lobos recién nacidos... y lobos que eran muy viejos. Había lobos de todos los colores: negros, azules, marrones... Había lobos con gafas y lobos con sombrero. Lobos que escribían cartas, lobos que jugaban al pañuelo y lobos que...
Había lobos grandes y lobos pequeños. Lobos dormidos y lobos despiertos. Lobos recién nacidos... y lobos que eran muy viejos. Había lobos de todos los colores: negros, azules, marrones... Había lobos con gafas y lobos con sombrero. Lobos que escribían cartas, lobos que jugaban al pañuelo y lobos que hacían pis sobre un hormiguero. ¡El cuento estaba lleno de lobos!
Roberto Aliaga nos presenta en este relato un original universo donde los lobos de todos los cuentos conviven juntos a la espera de ser llamados para su próximo acontecimiento literario. En esta especie de limbo, en el que cada uno se entretiene a su manera, la alerta del Lobo Tragón sobre la falta de comida los moviliza por un mismo objetivo y una necesidad compartida: saciar el hambre. El recorrido de los lobos por las diferentes páginas del álbum en búsqueda de comida requiere la complicidad e interacción del lector, que debe estar atento y con sus cinco sentidos bien despiertos saltando de página en página.
Ritmo y frescura en este planteamiento original tanto en el texto de Roberto Aliaga como en la recreación que realiza Roger Olmos. "Una vez leída y releída la historia, observé que no había ningún tipo de elemento espacio-temporal que ubicase este cuento lleno de lobos. Perfecto para mí", admite el ilustrador catalán, quien libre de este tipo de ataduras recrea un mundo ficticio "alegre y alocado". Por este motivo, la entrada a este mundo de lobos de cuento se asemeja a la de un parque de atracciones. El ilustrador pretende que "asuste un poco" al lector que se encuentra a punto de sumergirse en este universo de plataformas, casas, puentes, esculturas que encajan como un puzle y que se parecen a reconocibles escenarios cinematográficos futuristas. Como contrapunto a una portada de apariencia "algo agresiva", Roger Olmos sitúa un lobito tímido y curioso que se asoma al exterior. De esta forma, introduce la ternura que inunda las ilustraciones del cuento y adelanta la idea de que los seres que habitan estas páginas no son tan terribles. Con este objetivo, huye de los tonos oscuros que serían más apropiados para vestir a los personajes "malos" de los cuentos y apuesta por una paleta de pintura al óleo de colores vistosos, que afianzan en el lector la sensación de que está ante personajes a los que no hay que temer.
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