No era empresa fácil, en el siglo XIX, andar los caminos de la vieja Inglaterra rural desde los páramos de Durham hasta Londres; cinco días de aventura, de aldea en aldea, por bosques cerrados y llanos desiertos, pendiente siempre el viajero de salteadores, de la traición que se escondía en el lugar inesperado.
Y menos fácil debía de resultar para una mujer. Aunque fuera joven y vistiera como muchacho; aunque supiera defenderse y fuera ágil como un gamo; aunque por las venas de su cuerpo mestizo corriera sangre mohawk y se llamara Kanawiosta, 'el agua que fluye'.
¿Y DESPUÉS DE LA GUERRA..?
Waterloo ha quedado atrás; también, las difíciles negociaciones en el continente para restablecer una frágil paz. Pero a lord Robert Andreville el retorno al hogar de Wolverhampton, a la vida regalada y ociosa tras los días de dolor y privaciones, no consigue serenarle el ánimo. Echa de menos el recurso a la aventura y el peligro para acallar la inquietud interior que lo atormenta. Quizá por esa razón, cuando aquella joven pequeña y morena, hermosa como luna llena, tropieza con él en el camino, decide acompañarla hasta Londres, para protegerla, quizá para seducirla...
UNA AMERICANA EN LONDRES
Maxima Collins es su nombre; suena a rancia estirpe, a noble terrateniente inglés. También la llaman Kanawiosta, entre los mohawks, allá, en América. Aquí y allí tiene familia; la de allí, a la que perteneció su madre; la de aquí, la de su padre. Ella murió hace tiempo; él, hace pocos días, y en extrañas circunstancias. Maxima se siente más sola que nunca, rechazada como nunca. Pero no es esa la única razón de su huida: ha oído hablar del reparto de una herencia, de que querían deshacerse de la intrusa. La casa de su tío, lord Collingwood, ya no es segura para ella.